Mansa Musa

En el verano de 1324 una inmensa caravana formada por setenta mil personas y centenares de camellos atravesó el desierto del Sahara desde Tombuctú. La expedición iba liderada por el rey Mansa Musa y en sus alforjas transportaba una descomunal cantidad de oro. No en vano el rey Musa es considerada la persona más rica de la historia en valor actualizado y en nuestros días su fortuna superaría los 400 mil millones de euros, prácticamente el PIB de Noruega.

El objetivo de Musa, hombre tan rico como piadoso, era cumplir con la peregrinación a La Meca al tiempo que levantaba mezquitas a lo largo de su ruta. El viaje, a pesar del rigor de un verano atravesando el Sáhara, fue un continuo reparto de oro, para atender los gastos de la caravana y para cumplir con otro de los pilares del islam, el zakat o limosna para los pobres. 

Su estancia en El Cairo, camino de Arabia, fue un evento histórico. El tesoro del rey se vació allí, para pagar los dispendios de tan enorme caravana a los que se añadieron las incontables limosnas y gastos piadosos, donaciones y construcción de mezquitas, lo que generó un espectacular efecto riqueza y provocó una formidable hiperinflación que destruyó los mercados y arruinó a los agricultores y comerciantes locales. La recompra masiva de oro a crédito llevada a cabo por Musa a su regreso de La Meca no frenó el caos de la economía del Nilo, que tardó en recuperarse más de una década. 

Muchas lecciones pueden extraerse de este acontecimiento. Además del incidente inflacionario hay un elemento muy relacionado con el presente: el turismo en su rabiosa -nunca mejor dicho- actualidad.

El turismo es un sector fundamental de la economía española. Supera el 11% del PIB y supone el 13% del empleo total. Su demanda inducida configura un motor decisivo sobre toda la actividad económica, especialmente en una comunidad como la nuestra ligada a la construcción y la producción de bienes de consumo complementarios. Nadie puede discutir que el turismo es riqueza y que nos paga las facturas y que además es una fuerza de dinamización y progreso cultural nada desdeñable. 

 

 Pero como toda industria masiva, el turismo produce también efectos externos nocivos. Lo que recientemente ha venido en llamarse turismofobia es sencillamente la consecuencia antropológica, que esos efectos externos provocan en algunos ciudadanos. Reconozcamos que el turismo es una actividad altamente contaminante, que su polución a medio y largo plazo se plasma en litorales destruidos, convertidos en muros de cemento y plástico mientras buena parte del medio natural circundante se ha perdido quizás de manera definitiva (*). Nuestras infraestructuras que a duras penas atienden nuestras propias necesidades, funcionan sobrepasadas la mitad del año. Las necesidades de agua, de eliminación de residuos, de sanidad o servicios ciudadanos no llegan a colapsar, pero se resienten y todos los efectos negativos, en conjunto, anulan en muchos sectores de la población y el territorio las ventajas de riqueza que aporta el turismo.

Sin embargo no son las grandes cuestiones las que hacen mella en la conciencia de las personas. Son los detalles, las cuestiones cotidianas, personales y profundas. 

Son esos pisos de los centros históricos convertidos en hoteles clandestinos y que escapan a las regulaciones tributarias mientras los vecinos ven como los alquileres se disparan y la oferta de vivienda desaparece. Son esos lugares del recuerdo ahora ocupados por fincas de apartamentos turísticos y establecimientos dedicados a drenar los monederos visitantes. 

Hay que entender que aunque la turismofobia sea una reacción irracional y negativa, obedece a un sentimiento de exclusión que se ha ignorado y que el desempleo y la precariedad han exacerbado. Solucionarlo pasa por demostrar a la población, especialmente a la más afectada, que se cumplen las leyes y las medidas de seguridad, que se pagan los impuestos correspondientes y, sobre todo, que los beneficios procedentes del turismo efectivamente revierten en la sociedad que sufre sus costes y no se escapan en las carteras de especuladores o en multinacionales ultramarinas. 

Mansa Musa fue un turista singular. Era un bendito y su paso por el Oriente Medio medieval pudo ser una bendición pero, como en otras ocasiones, el infierno se hizo con las mejores intenciones. En los poderes públicos está el que se eviten abusos y se imponga el orden y el buen tino. Nuestra sociedad es abierta y acogedora y esto es solo un aviso de las tensiones causadas por un turismo que es tanto una cornucopia como una amenaza.

Y siempre es más rentable atender a los avisos.

Detalle del Atlas catalán o Mapamundi de los Cresques (siglo XIV)

Una joya de la cartografía realizada por la familia judía mallorquina de Cresques y que se conserva en el Musel Nacional de Francia. En este detalle puede verse, con corona, cetro y joya de oro la figura del rey Musa I de Mali, una de las personas más ricas que jamás han existido.

Un extracto de este artículo se publicó en la revista PLAZA en su número de octubre de 2017.

@antoleonsan

 

(*) La fiebre del ladrillo arrasó el litoral español en sólo 25 años (19(08/2016)  https://www.publico.es/sociedad/fiebre-del-ladrillo-arraso-litoral.html

(**) España ha construido cada día un terreno costero como ocho campos de fútbol ((08/08/2013) https://www.elmundo.es/elmundo/2013/08/08/natura/1375960882.html

(***) El impacto del turismo sobre el medio ambiente: en la costa de la Comunidad Valenciana (http://repositori.uji.es/xmlui/bitstream/handle/10234/106156/TFG_2014_Zaragoza_A.pdf?sequence=1&isAllowed=y

(****) Capdepón Frías, M. (2016). Conflictos ambientales derivados de la urbanización turístico-residencial. Un caso aplicado al litoral alicantino. Boletín De La Asociación De Geógrafos Españoles, (71). https://doi.org/10.21138/bage.2273