Mansa Musa

En el verano de 1324 una inmensa caravana formada por setenta mil personas y centenares de camellos atravesó el desierto del Sahara desde Tombuctú. La expedición iba liderada por el rey Mansa Musa y en sus alforjas transportaba una descomunal cantidad de oro. No en vano el rey Musa es considerada la persona más rica de la historia en valor actualizado y en nuestros días su fortuna superaría los 400 mil millones de euros, prácticamente el PIB de Noruega.

El objetivo de Musa, hombre tan rico como piadoso, era cumplir con la peregrinación a La Meca al tiempo que levantaba mezquitas a lo largo de su ruta. El viaje, a pesar del rigor de un verano atravesando el Sáhara, fue un continuo reparto de oro, para atender los gastos de la caravana y para cumplir con otro de los pilares del islam, el zakat o limosna para los pobres. 

Su estancia en El Cairo, camino de Arabia, fue un evento histórico. El tesoro del rey se vació allí, para pagar los dispendios de tan enorme caravana a los que se añadieron las incontables limosnas y gastos piadosos, donaciones y construcción de mezquitas, lo que generó un espectacular efecto riqueza y provocó una formidable hiperinflación que destruyó los mercados y arruinó a los agricultores y comerciantes locales. La recompra masiva de oro a crédito llevada a cabo por Musa a su regreso de La Meca no frenó el caos de la economía del Nilo, que tardó en recuperarse más de una década. 

Muchas lecciones pueden extraerse de este acontecimiento. Además del incidente inflacionario hay un elemento muy relacionado con el presente: el turismo en su rabiosa -nunca mejor dicho- actualidad.

El turismo es un sector fundamental de la economía española. Supera el 11% del PIB y supone el 13% del empleo total. Su demanda inducida configura un motor decisivo sobre toda la actividad económica, especialmente en una comunidad como la nuestra ligada a la construcción y la producción de bienes de consumo complementarios. Nadie puede discutir que el turismo es riqueza y que nos paga las facturas y que además es una fuerza de dinamización y progreso cultural nada desdeñable. 

 

 Pero como toda industria masiva, el turismo produce también efectos externos nocivos. Lo que recientemente ha venido en llamarse turismofobia es sencillamente la consecuencia antropológica, que esos efectos externos provocan en algunos ciudadanos. Reconozcamos que el turismo es una actividad altamente contaminante, que su polución a medio y largo plazo se plasma en litorales destruidos, convertidos en muros de cemento y plástico mientras buena parte del medio natural circundante se ha perdido quizás de manera definitiva (*). Nuestras infraestructuras que a duras penas atienden nuestras propias necesidades, funcionan sobrepasadas la mitad del año. Las necesidades de agua, de eliminación de residuos, de sanidad o servicios ciudadanos no llegan a colapsar, pero se resienten y todos los efectos negativos, en conjunto, anulan en muchos sectores de la población y el territorio las ventajas de riqueza que aporta el turismo.

Sin embargo no son las grandes cuestiones las que hacen mella en la conciencia de las personas. Son los detalles, las cuestiones cotidianas, personales y profundas. 

Son esos pisos de los centros históricos convertidos en hoteles clandestinos y que escapan a las regulaciones tributarias mientras los vecinos ven como los alquileres se disparan y la oferta de vivienda desaparece. Son esos lugares del recuerdo ahora ocupados por fincas de apartamentos turísticos y establecimientos dedicados a drenar los monederos visitantes. 

Hay que entender que aunque la turismofobia sea una reacción irracional y negativa, obedece a un sentimiento de exclusión que se ha ignorado y que el desempleo y la precariedad han exacerbado. Solucionarlo pasa por demostrar a la población, especialmente a la más afectada, que se cumplen las leyes y las medidas de seguridad, que se pagan los impuestos correspondientes y, sobre todo, que los beneficios procedentes del turismo efectivamente revierten en la sociedad que sufre sus costes y no se escapan en las carteras de especuladores o en multinacionales ultramarinas. 

Mansa Musa fue un turista singular. Era un bendito y su paso por el Oriente Medio medieval pudo ser una bendición pero, como en otras ocasiones, el infierno se hizo con las mejores intenciones. En los poderes públicos está el que se eviten abusos y se imponga el orden y el buen tino. Nuestra sociedad es abierta y acogedora y esto es solo un aviso de las tensiones causadas por un turismo que es tanto una cornucopia como una amenaza.

Y siempre es más rentable atender a los avisos.

Detalle del Atlas catalán o Mapamundi de los Cresques (siglo XIV)

Una joya de la cartografía realizada por la familia judía mallorquina de Cresques y que se conserva en el Musel Nacional de Francia. En este detalle puede verse, con corona, cetro y joya de oro la figura del rey Musa I de Mali, una de las personas más ricas que jamás han existido.

Un extracto de este artículo se publicó en la revista PLAZA en su número de octubre de 2017.

@antoleonsan

 

(*) La fiebre del ladrillo arrasó el litoral español en sólo 25 años (19(08/2016)  https://www.publico.es/sociedad/fiebre-del-ladrillo-arraso-litoral.html

(**) España ha construido cada día un terreno costero como ocho campos de fútbol ((08/08/2013) https://www.elmundo.es/elmundo/2013/08/08/natura/1375960882.html

(***) El impacto del turismo sobre el medio ambiente: en la costa de la Comunidad Valenciana (http://repositori.uji.es/xmlui/bitstream/handle/10234/106156/TFG_2014_Zaragoza_A.pdf?sequence=1&isAllowed=y

(****) Capdepón Frías, M. (2016). Conflictos ambientales derivados de la urbanización turístico-residencial. Un caso aplicado al litoral alicantino. Boletín De La Asociación De Geógrafos Españoles, (71). https://doi.org/10.21138/bage.2273

 

Liberación animal

El alma es la misma en todas las criaturas,
aunque el cuerpo de cada uno es diferente. 

Hipócrates

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En nuestra sociedad se produce una experiencia traumática poco estudiada. En algún momento de la infancia se revela que esos animalitos tan entrañables y queridos, dibujos animados, peluches o compañeros de cuentos, que enseñan a conocer el mundo y a modelar sentimientos, aparecen en un plato de paella o en una hamburguesa.

Como solemos olvidar las experiencias negativas, es posible que muchos adultos no sean conscientes del duro instante en que descubrieron que los tres cerditos o el pato Lucas podían aparecer en el menú del día.

En las pinturas rupestres o en muchas religiones politeístas, los animales estuvieron presentes en la magia o como dioses. Nuestra relación con los animales, material y culturalmente, ha sido siempre muy cercana pero a la vez no queremos saber de sus implicaciones ontológicas: reflexionar si son cosas privadas de derechos o si por el contrario se trata de seres conectados con nosotros y que por tanto deberían compartir con los seres humanos el progreso en términos generales, del mismo modo que comparten una morfología y unas vivencias -resumidas en placer y dolor- muy similares a las nuestras.

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Ha existido una tradición filosófica preocupada por asignar un espacio justo a los animales, que en occidente arranca en los filósofos clásicos de Grecia y pasa, entre otros, por Locke, Bentham o Schopenhauer, sin olvidar el peculiar enfoque del tema que hizo Francisco de Asís.

Peter Singer publicó en 1975 el libro Animal liberation (editado en 1999 en español como Liberación animal) y a partir de este momento empezó a tomar forma lo que ahora conocemos como “animalismo”. Singer, desde el derecho y la ética y con un enfoque utilitarista, plantea que los animales no están ahí para nuestro aprovechamiento y diversión, sino que se trata de seres sintientes semejantes a nosotros y que como tales deberían compartir algunos derechos y consideraciones.

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Uno de sus argumentos es que determinados colectivos humanos fueron considerados también cosas o personas sin derechos a lo largo de la historia, como el caso de los esclavos y que esta discriminación, real y dolorosa, se ha mantenido durante milenios hasta su erradicación o, al menos, hasta el reconocimiento general recogido en la declaración universal de los derechos humanos. Por analogía, el respeto efectivo hacia los animales, sería una conquista del progreso humano que incluiría a otros seres con parecida capacidad de sentir que nosotros.

¿Por qué el auge del animalismo ahora? La cultura es el reflejo de la forma en que organizamos nuestra vida como sociedad. Esta ha experimentado una enorme transformación en el último siglo, con un proceso acelerado de urbanización, de desplazamiento de la población del campo a las ciudades. En España vive ya en núcleos urbanos más del 80% de la población y la tendencia es global.

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La cultura urbana, industrial y de servicios, es bien distinta a la cultura rural, donde el animal es un medio de producción. En la cultura urbana el animal se hace irreconocible dentro de un paquete de supermercado y el alejamiento de su aspecto productivo hace que solo se conozca a los animales reales como personajes de cómic o documentales. Los animales ahora conectan menos con el estómago y más con los sentimientos.

En la mitad de los hogares españoles hay un animal doméstico y el 26% de ellos es un perro. En total, más de 16 millones de mascotas conviven con nosotros. Y esta cultura de la mascota está en las antípodas de la cultura rural de la caza y el toreo, cuyo seguimiento y apoyo no hace más que disminuir.

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Las consecuencias para la economía y la política son obvias a causa del cambio en la proyección de lo animal en el ciudadano. Los espectáculos con animales, percibidos como anticuados y crueles, gustan cada vez menos. La mayoría de los circos han prescindido de animales cautivos y los que aún los mantienen han sido proscritos en muchos municipios y comunidades autónomas.

En paralelo y volviendo al caso inicial, los consumidores exigen un mejor trato para el animal alimento, bien por interés nutricional bien por la natural repugnancia a un trato masificado y horrendo en el que nos vemos indirectamente reflejados los humanos. Finalmente, existe una creciente valoración del vegetarianismo en sus diferentes intensidades, con una causa evidente y mayoritariamente ética.

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Supongo que han oído hablar de PACMA. Es un partido político cuyas siglas significan Partido Animalista Contra el Maltrato Animal y que en las últimas elecciones de junio de 2016 recibió 284.848 votos. Para que se hagan una idea, más o menos los mismos que el PNV que consiguió 5 diputados. Un respaldo popular nada desdeñable.

Sería muy recomendable leer (o releer) el poema “New York (Oficina y denuncia) de Federico García Lorca. Quizás a través de la poesía entendamos un poco más las razones de todo esto.

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«Llegará el día en que los hombres verán el asesinato de animales como ahora ven el asesinato de hombres.»  Leonardo da Vinci

 

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* Un extracto de este artículo fue publicado en la revista PLAZA del mes de octubre de 2016.

Ilustraciones de Martí Franch para SEO BirdLife.

Las razas, las nubes y la edad eterna

“Un cuadro verdaderamente cubista se ofreció a nuestros ojos. La estancia aquella era ni más ni menos un museo arqueológico. Grandes esqueletos, mul­titud de cacharros y uten­silios históricos e infini­dad de momias de todas las épocas llenaban los ámbitos. Los tres esqueletos del Almirante Nelson (el esqueleto de Nelson a los once años, a los veinte y a los treinta y dos) constituían por sí solos un tesoro incal­culable.” 

Enrique Jardiel Poncela. “Novísimas aventuras de Sherlok Holmes: la momia analfabeta del Craig museum”.

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Un surrealista  Sherlock Holmes descubre en el museo arqueológico un gran tesoro: los 3 esqueletos del almirante Nelson. Ilustración del propio Jardiel Poncela.

Cuando era pequeño pensaba que las personas en general y, especialmente aquellas que conocía, siempre habían tenido la misma edad. Es decir, que mis abuelas habían sido siempre unas señoras muy mayores y aproximadamente con la misma apariencia que tenían entonces; que mis padres eran mis padres y por tanto tenían la edad y el aspecto que siempre tienen los padres, mis hermanas adolescentes siempre habían sido adolescentes y que yo mismo, aunque me prometían con bastante convencimiento que me haría mayor, sospechaba que en realidad siempre tendría mis seis o siete años de por entonces, o por lo menos el aspecto correspondiente a mi persona en aquel tiempo.

 No es que ignorara el paso de los años e imaginara que mis abuelos o mis padres no hubieran sido jóvenes en su momento. Saberlo lo sabía -o lo suponía- pero el verlos en fotos de su infancia me causaba cierta sorpresa; y hasta asombro. Inconscientemente asumía que la edad de las personas era la que era en el momento en que los veía o pensaba en ellos, al menos a efectos prácticos. Su identidad que yo percibía y asimilaba, era la de esa edad, en ese momento concreto y no la del conjunto dinámico de sus edades.

Algo parecido sucede cuando nos encontramos a alguien a quien hace mucho no hemos visto y reconocemos tanto a la persona que conocimos como los cambios que ha experimentado. Y siempre hay sorpresa y paradoja en ese reencuentro, ya se manifieste con la frase “¡Vaya, estás igual, no has cambiado!” como en la de “¡Caramba, cuanto tiempo ha pasado, casi no te he reconocido!”.

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World of averages. Imágenes promedio de personas de diferentes países del mundo. Fuente: http://faceresearch.org/

Esta disonancia cognitiva acerca de la realidad, que estoy seguro nos resulta familiar a muchos, es un fenómeno que sucede en las mentes de las personas con una frecuencia más que abundante. Conocemos cosas, su nombre, sus características, su lugar en el mundo y pensamos que es así, es decir, que aunque sepamos que está formado de células, moléculas y procesos constructivos en permanente cambio, las cosas no son fluidos o procesos abstractos: son “cosas” y son “así, aquí y ahora». Más o menos para siempre -en nuestra concepción estática del mundo- o razonablemente para siempre.

Despreciamos inconscientemente el largo plazo por motivos prácticos y aunque no sepamos quien fue Keynes, podemos pensar como él (1) en todos los órdenes de la vida y no solo en economía; y tendemos a atribuir categorías ontológicas definitivas a lo que a lo mejor es solo una mera condensación de vapor de agua.

Como decía Schopenhauer y recordaba Borges sobre las tramas de la historia, éstas en realidad se asemejan a las formas caprichosas de las nubes, formándose y deshaciéndose constantemente, siendo los contornos que creemos reconocer en ellas no otra cosa sino volutas de vapor moviéndose al azar de acuerdo al viento y el sol.

No pudiendo entender bien la dinámica de la realidad, el ser humano se aferra a una taxonomía basada en lo estático, en el momento concreto, en la percepción fotográfica de los objetos y las situaciones. La naturaleza de la realidad es cambiante y cíclica y así es percibida -por supuesto- pero ese cambio continuo no se asimila normalmente en la forma de pensar cotidiana.

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El ser humano necesita saber en concreto, sin dudas ni oscilaciones. Las cosas son, no podemos concebir que son y no son al mismo tiempo (2). Así que pocas cosas escapan a esa percepción estática de lo natural y si lo hacen suelen ser siempre ciclos de relativa corta duración, como el día y la noche, las fases lunares, las estaciones, que se convierten en algo definido por su propia naturaleza cíclica, como facetas de un todo.

Los insectos en metamorfósis, por separado, ya cuesta pensarlos como un solo individuo y normalmente consideramos que una oruga es una oruga y una mariposa una mariposa, sin que la intuición muestre una clara correlación de identidad entre ambas. Las ideas de Heráclito o el hecho de que sean precisamente las mutaciones las que hacen posible la evolución, tienen una aceptación intuitiva limitada.

Este largo preámbulo que espero me perdonen los amables lectores que hasta aquí hayan llegado, quiere servir como piedra de reflexión acerca de muchas cuestiones que reflejan la paradójica percepción de los seres humanos y que forman sus prejuicios y su conocimiento de la realidad. Un asunto de trascendencia clave para el saber y la acción correcta que ha sido ya tratada en otros artículos de este blog y que seguiremos comentando más adelante.

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La taxonomía es necesaria para identificar y separar unas cosas de otras ya que sería imposible identificar nada -y por tanto, conocer o actuar sobre nada- si no se realizara así: el todo sería una realidad única, informe y contínua, la mejor representación del caos primigenio.

Pero la misma luz y fuerza que la taxonomía aporta se basa en una serie de hipótesis que se van haciendo automáticas, que trocean o simplifican la realidad y que finalmente, activa o pasivamente, la disfrazan y nos pueden engañar.

Porque aunque hayamos empezado hablando de los 3 esqueletos de Nelson, de lo que de verdad me gustaría reflexionar ahora es acerca de un concepto bien arraigado en muchas culturas e incluso en algunos rincones -oscuros- de la ciencia. Un concepto tan falso como lo anterior pero en ocasiones siniestro: las razas humanas.

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La idea de raza

Los estudiosos de la antropología y de la medicina han ido dejando claro desde hace mucho que las razas humanas no existen, así que obviaremos al lector la cita de innumerables ensayos o estudios académicos. Las razas, con el significado de subespecies biológicas claramente definidas, que evolucionan como una unidad, con sus características concretas y específicas, es una idea científicamente errónea.

El hecho de que todavía haya algún antropólogo o biólogo que siga hablando o pensando en razas no hace sino evidenciar la subjetividad del término y su definitoria carga ideológica; en definitiva se trata de un mero concepto, de una teoría sin base, de una fabulación sin más.

El origen de esta palabra es tan incierto como la realidad que pretende describir. Podría provenir del latín radix o ratio, con el significado de raíz o radio, en referencia a la propagación desde un origen. En alemán antiguo se utilizaba la palabra reiz (linaje). En árabe, ras significa cabeza, origen y en ruso раз (raz) significa vez, turno, aunque es posible que en estos últimos casos se trate de una similitud fonética casual.

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En biología, la raza es un grupo de individuos que muestran unos rasgos identificativos diferenciados y que pueden transmitir dichos rasgos a la siguiente generación. El término fue abandonado hace mucho en botánica y en zoología se utiliza para definir individuos con unos estándares concretos, especialmente en determinadas especies de cría artificial, como perros, gatos, vacas, ovejas o conejos.

El teórico moderno de las razas -y el racismo- Joseph Arthur de Gobineau (1816-1882), hablaba en su obra principal, “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas” (1853) de que existían solo 3 razas: blanca, amarilla y negra.

Esto, con unos pocos conocimientos básicos de biología, genética o mera observación racional no ideologizada, no resisten la menor consideración intelectual y sin embargo se convirtieron en la semilla de un creciente movimiento racista -coincidente con el auge más exaltado del imperialismo- que entre finales del siglo XIX y el inicio del XX llevaron al mundo a uno de las peores conflictos bélicos conocidos y al horror del holocausto y las masacres en Europa y Asia.

Lo importante a tener en cuenta es que la idea de raza es justamente eso: una idea y no una realidad. Se trata de un concepto que pretende describir un hecho -la variación de los rasgos humanos- pero que se corresponde a significados perdidos en el remoto pasado cuando el conocimiento de las cosas era tan inexacto y escaso como supersticioso.

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Lo burdo de dicho concepto hizo que el propio Gobineau, teórico de las razas, las denominara por el color de su piel, que para él era uno de los rasgos más distintivos. Si alguien piensa que una diferente tonalidad de la piel, un tipo de pelo o una forma del cuerpo ya determina una subespecie, debería visitar alguna playa popular en verano.

Otro aspecto relevante de esta teoría es que, como destacaban algunos importantes pensadores como Levi-Strauss, el fallo nuclear de la teoría es que mezclaba biología y cultura, haciendo hincapié en uno u otro aspecto sin ningún tipo de correlación. Salvo la de asignar hábitos o conductas morales determinadas a cada raza, lo que derivaba finalmente en la consideración de animalidad -o menor humanidad- en las conductas y destino de las razas más «atrasadas», en un sentido de civilización.

Lo que la concepción racista de la humanidad venía a querer decir es que las razas eran en realidad protoespecies, y por tanto los únicos individuos verdaderamente humanos puros más evolucionados son los de la raza superior, los de «nuestra raza».

Por eso es significativo constatar como el concepto de raza es defendido casi exclusivamente por sectores ideológicos situados a la extrema derecha y especialmente por los más afines a ideas racistas, fascistas o supremacistas, cualquiera que sea la denominación que adopten. El concepto de razas es necesario para afirmar al mismo tiempo la superioridad de la propia sobre las demás, así como la degeneración causada por las mezclas (melange).

Es esa idea de raza la que da espacio y forma a su delirio paranoico. Porque el racismo debería ser considerado simplemente así, una psicosis paranoica.  Una confusión perceptiva -una disonancia cognitiva- que en algunos casos deriva directamente en esquizofrenia. La que es capaz de negar cínicamente el holocausto y que sin embargo se empeña en resaltar la obviedad del «error» racial.

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Este delirio -fruto de una fe sin razones o utilizado para la manipulación- llevó por ejemplo en España a hablar de la “raza” como concepto explicativo primigenio de una serie de valores asociados a lo español, la “sangre” vehicular -no se conocían mucho los genes por aquel entonces- que se manifestó en la reconquista de España a los árabes, en la conquista de América y en la creación de un imperio donde «nunca se ponía el sol».

Así se hablaba de “El día de la Raza” para referirse al 12 de octubre o fiesta de la hispanidad. El instigador y beneficiario de estas ideas imperiales, el dictador Francisco Franco, escribió el guión de una película llamada justamente así: Raza (3).

La historia es a veces justa y tragicómica: quien le iba a decir a Franco que en la cultura global de principios del siglo XXI, el término hispano sería equivalente a latino y que ambos servirían para describir la sangre y la cultura americana más híbrida y autóctona y menos europea…

Conviene recordar con justicia al antropólogo haitiano Joseph-Anténor Firmin (1850-1911), un antagonista de Gobineau que escribió el libro: «Sobre la igualdad de las Razas Humanas» (4), donde venía a replicar las tesis racistas, exponiendo la igualdad de los tipos humanos desde el punto de vista biológico.

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Joseph-Anténor Firmin

Aspecto importante este ya que no se trataba de luchar solo por la igualdad de derechos -algo que teóricamente ya defendían las revoluciones de finales del XVIII- sino que se establecía la igualdad biológica de modo que una supuesta desigualdad no pudiera dar pié a otras.

Firmin lo tuvo complicado en esa época y su obra fue relativamente poco conocida. Tras la segunda guerra mundial y el horror del holocausto, la evidencia de la justificación ideológica del racismo y sus causas absurdas reivindicaron, al menos en la práctica, las tesis y argumentos de Firmin. Pero, como era deducible, la psicosis no terminó ahí.

De modo disimulado o incluso festivo, la aparición recurrente de conductas racistas en ámbitos especialmente emocionales e irracionales, como es el caso del fútbol, no hace sino evidenciar una y otra vez el peligro y la falsedad de una idea perversa y la demostración de que en las razas no se razona sino que se cree, porque solo se puede creer en lo que no puede demostrarse o en lo que, sencillamente, no existe.

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Genética y xenofobia

 La genética ha demostrado, por si hiciera falta demostrarlo más todavía, que la diversidad biológica no responde a categorías absolutas sino a variaciones y combinaciones clinales que dan como resultado un individuo concreto dentro del universo de posibles combinaciones genéticas de la especie.

Como defiende la ampliamente aceptada teoría del embudo evolutivo debido al cataclismo del volcán Toba (5), hace poco más de 70.000 años la especie humana se vio reducida a poco más de 10.000 individuos por una causa súbita y catastrófica, como acreditan los estudios geológicos y de diversidad genética.

Los genes provenientes de aquellos individuos supervivientes son también nuestros genes, los mismos que, mediante innumerables permutaciones y combinaciones, portan los cromosomas de los más de seis mil millones de personas que hoy en día constituyen la especie humana.

En muchos casos la evolución ha creado una serie de mecanismos de identificación y defensa para filtrar lo que es amigable de lo que es peligroso, con soluciones que van desde el sistema inmunitario de un organismo a las respuestas intuitivas de desconfianza hacia lo diferente o lo que no se conoce bien. Y la cultura funciona de modo parecido.

El racismo es una forma de xenofobia, el odio al extraño. Y el sufijo fobia denota una patología, en general. La base de la xenofobia es el miedo, la desconfianza hacia lo desconocido, a lo diferente. A nivel biológico, celular y a nivel individual y social, los diferentes sistemas se protegen de lo diferente, de «lo otro» que es una amenaza potencial.

 

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La xenofobia nos hace ver como sospechosos a quienes difieren de nosotros. Algo en nuestro pensamiento irracional nos pone en alerta al identificar diferencia con rivalidad y amenaza. Puede ser algo potencialmente dañino o alguien que desee quedarse con nuestros recursos, con nuestra tierra, con nuestras pertenencias y nuestra vida.

La diferencia puede ser física o de índole cultural, de idioma, pensamiento, religión o hábitos sexuales. Pero ya que la percepción física es la primera y la que se detecta con un conocimiento directo, la identificación de la diferencia por el color de la piel o de determinadas facciones físicas ha sido la más habitual en la historia cuando se ha producido un choque entre poblaciones diferentes.

Inmediatamente después la identificación cultural por forma de vida y creencias, que se combinan con la anterior y se fijan en el ideario colectivo. Cada hecho cotidiano, sea cierto o falso, no hace sino reforzar ese prejuicio establecido que crea la discriminación, mal llamada racial cuando en realidad es plenamente cultural (y emocional).

Conviene reiterar que el origen del racismo -y por tanto de la creencia en el falso mito de las razas- es el miedo y la lucha por la supervivencia. Y la historia ha mostrado, desgraciadamente, frecuentes ejemplos de que es así. Porque el mecanismo está presente en lo humano -aunque sea en su cerebro de reptil- siempre dispuesto a activarse, como las reacciones de huida o ataque ante una amenaza o un peligro.

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No haremos ahora otra cosa sino mencionarlo, pero detrás de este mecanismo anidan episodios tan oscuros de la humanidad como las cazas de brujas, las guerras de religión, las limpiezas étnicas, la discriminación de determinados grupos o colectivos o el rechazo a los inmigrantes.

Calificados como delitos, estos hechos son denominados hoy como «delitos de odio» y sus estadísticas aportan luz acerca de del corpus social de una sociedad (6).

En España durante 2013, se registraron por parte de las fuerzas de seguridad 1.172 delitos de odio (bajo la forma de agresiones, vejaciones, malos tratos o amenazas), según recoge un informe pionero del Ministerio del Interior de España, denominado Informe sobre la evolución de los delitos de odio en España 2013.

Los motivos y número de estos delitos, según recoge dicho informe, fueron:

  • Orientación sexual e identidad de género:  452
  • Origen étnico o racial:  381
  • Discapacidad:  290
  • Religión o creencias:  42
  • Situación de pobreza y exclusión social (aporofobia):  4
  • Antisemitismo:  3

Estas cifras identifican como primera causa una forma de xenofobia interior: la homofobia o el odio a la diversidad sexual. Una falta de respeto a los derechos humanos básicos, equiparable a la discriminación racial o a la persecución por motivos de creencia (o descreencia).

Más del 53% del total correspondió a delitos ocurridos en Andalucía, Cataluña o Comunidad de Madrid. El 7% (83) corresponden con actos racistas o xenófobos en el deporte.

A efectos comparativos, en 2013 se produjeron más de 2.170.000 delitos de toda clase (una tasa de 46’1 delitos por cada mil habitantes) registrándose 302 homicidios y 1.298 delitos sexuales graves. Se trata de una de las tasas de delincuencia más bajas de las registradas desde que se recogen estos datos. Recordar que el censo de población de España en 2013 registraba un total de 47.129.783 habitantes de los cuales un 11,77% eran extranjeros.

By Antonio León

A finales de marzo, una nube similar a un carnero parece anunciar la entrada en Aries.

 

Conclusión: las nubes y el color de la piel

 ¿Existen categorías absolutas en la temperatura del aire o el mar o para la presión atmosférica? Obviamente no, son variables que pueden adoptar tantos valores diferentes y tan discretos y ajustados como la máquina que utilicemos para medirlos y las circunstancias de la atmósfera los permitan, junto a la mecánica de fluidos y el azar de las condiciones ambientales y singulares.

¿Y qué somos los seres vivos sino fluidos dinámicos, bailando entre cromosomas y una conciencia individual y social, en una cultura determinada?

Es decir, que las razas humanas como esas categorías absolutas en que se creía antes -y en las que inconscientemente buena parte de la población sigue pensando- no son más ciertas que la población de elefantes y animales mitológicos que se forman en las nubes en un apacible día de verano. Aunque emociones primarias como la rabia o el odio o simplemente la idiocia, nos quieran hacer creer cosas distintas.

Deberíamos estar atentos, no obstante, por si el abandonado espejismo de la raza pueda dar lugar a nuevos espejismos, incluso dentro del lenguaje políticamente correcto, para tratar de cubrir el concepto de la amenaza del diferente. Hoy en día leemos y escuchamos en los medios de comunicación el término etnia como denominativo de un colectivo humano determinado y en multitud de ocasiones su utilización se asemeja demasiado al falso concepto de raza.

By Antonio León

Un rampante Pegaso emerge al mediodía de la parte izquierda de esta nube.

Etnia es un grupo humano identificado por su pasado común, su origen y camino histórico y especialmente por su cultura y su forma de vivir. Un concepto complicado y a menudo indeterminado, que tiene bastante relación con otros conceptos como nación o pueblo (7).

Hablamos en definitiva de palabras, de ideas fijadas en la mente de las personas y que se manifiestan con un lenguaje más o menos expresivo. El concepto de raza resulta una idea imposible, porque la definición de categorías concretas en un universo de miles de combinaciones resulta completamente absurdo.

No se trata del arco iris en el que podemos categorizar seis o siete colores, definidos a su vez por intervalos de longitudes de onda: aquí se trata de reconocer el contorno de las nubes y suponer que tienen entidad.

Incluso si fuera posible establecer márgenes concretos y sencillos la idea de raza como grupo humano definido por su biología no estaría mal si simplemente fuera un sinónimo de variabilidad, de diversidad genética, una connotación en teoría positiva.

Pero considerado como una caja cerrada destinada a establecer una jerarquía y una dominación social, como en el caso de las castas, la idea de raza aparece doblemente condenada: imposible a nivel epistemológico y repugnante como categoría ética y cultural.

 

By Antonio León

 

 “Esos enjambres de tantos colores de piel pertenecen todos a una misma raza, la de los damnificados por la brutalidad humana y atropellados por el carro atroz de la historia”.     Fernando Savater

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(1) Para los no economistas o familiarizados con la obra o las ideas de John Maynard Keynes. “A largo plazo, todos muertos”. Keynes utilizaba esta frase para recalcar que en economía lo importante es el corto y medio plazo y que la acción de la política económica debe realizarse en él. Fiar el largo plazo para la resolución automática de los problemas equivale a no hacerles frente y a abandonar toda clase de posibilidad efectiva de modificar la realidad económica y el bienestar de las personas, en especial en los momentos de crisis o parte baja del ciclo económica. Frase similar al refrán español “en cien años todos calvos”.

(2) Si alguno no conoce la obra Eureka, de Edgar Allan Poe, le invito a que le eche un vistazo. En ella podrá leer como, para Poe, el universo y todo lo que contiene es y no es al mismo tiempo.

(3) Documental sobre la película RAZA: el franquismo visto por su cine (61 minutos). Franco utilizó el seudónimo de Jaime de Andrade.

(4) De l’Égalité des Races Humaines (1885).  Enlace a la librería de la Universidad de Illinois:  http://www.press.uillinois.edu/books/catalog/25txk3ry9780252071027.html 

(5) Stanley Ambrose. Late Pleistocene human population bottlenecks, volcanic winter, and differentiation of modern humans. http://www.bradshawfoundation.com/stanley_ambrose.php. Más en: http://www.ox.ac.uk/media/news_releases_for_journalists/100222_1.html

(6) Informe sobre la evolución de los delitos de odio en España 2013. Ministerio del interior.

(7) Puede ser interesante leer, dentro de este mismo blog, los artículos acerca de las ideas de tribu y nación.

Bueno para comer

“No hay amor más sincero que el que sentimos hacia la comida”.  George Bernard Shaw

Podemos considerar a la cultura como un mecanismo social adaptativo, que se va construyendo en respuesta a las necesidades de la supervivencia. El otro gran mecanismo adaptativo en los humanos, son los instintos. Los instintos actúan como fuerzas adquiridas plasmadas en los genes que representan la estrategia de éxito en la permanente lucha por esa supervivencia. Un mecanismo individual pero que funciona en la trascendencia. El software y el hardware de nuestra especie.

Por razón de la convergencia e interdependencia entre ambos mecanismos, los instintos son a su vez generadores de cultura y aquí radica la conexión fundamental entre procesos evolutivos biológicos y adaptativos culturales, necesidad y respuesta, individuos y sociedad.

A lo largo de la historia de la humanidad la forma en que sus grupos se han organizado para cubrir sus necesidades -y especialmente la obtención de alimento– ha determinado el modo de producción, el desarrollo de la tecnología y el funcionamiento de sus sociedades.

Como ha mencionado alguna vez la cocinera catalana y española con más estrellas Michelin,  Carme Ruscalleda; “La historia de la gastronomía es la historia del mundo”.

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De un modo bastante directo, una gran ciudad moderna o una gran infraestructura, un desfile militar, una red hospitalaria o un teatro de la ópera, por extraño que pueda parecer, son manifestaciones de como el ser humano ha ido resolviendo el problema de la subsistencia a través de la creación de un  estructura física y de relaciones para aprovecharse del medio y los recursos disponibles y poder extraer y canalizar la energía suficiente para transmitir la existencia de una generación a otra.

La supervivencia de todo ser vivo es una cuestión de apropiación de la energía del medio y su consecuente utilización y conservación. Esta apropiación y este uso es básicamente lo que llamamos alimentación (1).  Comer puede ser un placer, pero satisfacer el hambre es una auténtica necesidad. Como reflejo de su necesidad, lo relacionado con la comida viene a ser uno de los más importantes campos de desarrollo cultural.

Como todo fenómeno cultural, la alimentación no vive en los supermercados, en las granjas, en los restaurantes o en las despensas de las casas sino que por encima de todo vive y se desarrolla en la mente de las personas.

La fuerza cultural de la comida responde a un mecanismo de interacción con la realidad y de un proceso elaborativo, de generaciones o personas, que selecciona aquellas cosas que merecen ser consideradas efectivamente comestibles -no matan ni son nocivas- y provechosas -su ingesta produce un efecto nutricional apreciable.

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Provechosas en un doble sentido inducido: en el de su utilización personal positiva y también en un sentido económico -y ecológico- donde la obtención de alimento permite un sistema productivo autosostenido, que satisface a un colectivo de individuos y genera plusvalías o, al menos, el suficiente excedente para su mantenimiento en el tiempo.

Dos ámbitos, el personal y el social, son los que concretan la adecuación de los alimentos a la dieta de las personas, que es una consecuencia de la cultura predominante de la sociedad en la que «se come». Es dieta comestible lo que cada cultura particular enseña que debe comerse y no comerse pero lo es también -y por motivo causal- aquello que la sociedad «produce» como alimento.

Alimento que el sistema productivo dominante produce e integra con los recursos disponibles y el medio ambiente condicionante. Casi un enfoque emic y etic que refleja en el plano cultural una cuestión clave y determinante: qué cosas son buenas para comer y cuales no.

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Marvin Harris (1927-2001)

En asuntos de alimentación y cultura es obligada la mención del antropólogo Marvin Harris, que se hizo relativamente conocido por el gran público gracias a popularizar una explicación materialista de los procesos por los que, en una cultura determinada, algunos alimentos son preferidos y habituales y otros son considerados alimentos despreciados o prohibidos.

Con anterioridad ya repasamos en este blog uno de los casos más llamativos de interrelación cultural en Caníbales y Reyes (1977), donde además Harris explicaba uno de los tabúes alimentarios más marcados de las sociedades humanas. Más conocidos aún son los asuntos tratados en un libro anterior: Vacas, cerdos, guerras y brujas (1974), donde se desvelan las razones culturales con raíces ecológicas y económicas de diferentes tabués alimentarios muy conocidos (la vaca en la India, el cerdo en Oriente Medio) disfrazados bajo la forma de principios religiosos.

Bueno para comer: enigmas de alimentación y cultura (2), editado por primera vez en 1985, es el libro que recoge las tesis que Harris había ya planteado en obras anteriores acerca de los grandes tabués alimentarios, dándoles un esquema general. Para Harris queda claro que la razón por la que el ser humano difiere su dieta según la sociedad en la que vive se debe a influencias del medioambiente y los recursos disponibles de esas sociedad y del consiguiente proceso productivo que ha sido regulado y reflejado por la cultura de esa sociedad determinada.

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Los seres humanos, como la mayoría de los primates, somos animales omnívoros. Este destacado grupo de seres vivos, entre los que podemos citar a los cerdos, a las ratas o a las cucarachas, entre otros muchos, se caracteriza por poder alimentarse de un amplio espectro de alimentos, que recorren los viejos reinos de la biología: animales, plantas, hongos y minerales.

En efecto, en una misma comida tipo del mundo occidental -por ejemplo- es habitual degustar carne de ternera, cordero, pollo o cerdo con guarnición vegetal (patatas, lechuga, tomates…), cereales molidos y horneados (pan), algo de proteína de ave (huevo, mayonesa), hongos (champiñones, levadura del pan, algunos quesos), minerales (sal, bicarbonato, nitratos conservantes) o frutos  secos (sésamo, nueces, café).

Y otros complementos tales como azúcar cristalizada de remolacha o caña, glucosa de maíz, edulcorantes artificiales, cebada fermentada con agua y alcohol -cerveza- zumo de uva fermentado -vino- y agua con mayor o menor contenido de sales minerales y microorganismos o bien una bebida carbonatada compuesta de diferentes sustancias colorantes y saborizantes artificiales. Y todo esto en una sencilla «comida rápida».

Somos omnívoros pero en realidad es fácil comprobar que no comemos de todo. De hecho, del posible espectro de alimentos a nuestra disposición, nuestra dieta incorpora solo un reducido -en proporción- número de los que podríamos utilizar con aprovechamiento y placer. Hay algunos nutrientes para los que la evolución no nos ha preparado, como la celulosa; pero hay otros que, resultando perfectamente aprovechables y saludables, los rechazamos ¿Por qué?

Por ejemplo el caballo, incluso llamándolo potro, es tabú alimenticio en Norteamérica, pero ha sido un plato selecto y recomendado para personas enfermas y convalecientes en buena parte de la vieja Europa, donde -a pesar de la homogeneización global- en muchos países todavía existen establecimientos especializados en la venta de este tipo de proteína alimentaria.

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Los insectos parecen despertar una repulsión -falsamente- innata y resulta casi imposible que sean considerados un alimento en Europa y América, pero gozan de diferente consideración en algunos países de Asia y África, donde es una proteína popular, barata y de alta calidad. De hecho, es fácil constatar el gran parecido entre algunos insectos y algunos de los más selectos y bien preciados mariscos, pero es una identificación que preferimos olvidar casi tan pronto como nos surge en la mente.

Una ostra, una langosta o el caviar son alimentos considerados exquisitos y, en razón a su escasez y demanda, de precio elevado pero a pocos en occidente se les ocurre desear con la misma intensidad -y pagar el mismo precio- por una larva de escarabajo, un saltamontes o una hamburguesa de mosquitos. Algo parecido ocurre con los caracoles, que se consumen en Francia, España o Italia con el mismo placer que repulsión despiertan en la Europa del este o el mundo anglosajón.

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Muchos arroces del mediterráneo incluyen los caracoles como elemento característico, entre ellos la verdadera paella valenciana. Aquí, arroz caldoso de conejo y caracoles.

Pese a todo ello, sin embargo, los insectos se apuntan cada vez más como una alternativa alimentaria que viene: la entomofagia. Un insecto tipo, como puede ser un saltamontes, tiene un tercio de las calorías de la carne de vacuno y para el mismo peso de alimento, aporta más proteínas, menos grasa y muchos más minerales y vitaminas (3).

Y casi lo más importante desde el punto de vista de su producción y sostenibilidad: a diferencia de la carne de mamífero, ave o pescado, la cría de insectos para la alimentación no necesita agua y apenas genera emisión de CO2. Por esto la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura dispone de un programa de «Insectos Comestibles» ya que entiende que la opción entomofágica es algo muy serio y que va a haber que tener necesariamente en cuenta (4).

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Los comportamientos acerca de la dieta no están dictados por la biología o la genética, ni mucho menos. Todos sabemos que de pequeños los niños sanos se lo llevan todo a la boca -como buenos omnívoros curiosos- y es la educación y la socialización lo que va produciendo la adopción de hábitos y costumbres concretas. Es cultura por tanto y no otro condicionante físico. A menudo, la intolerancia metabólica hacia determinados alimentos se considera una enfermedad, demostrando que la cultura con frecuencia tiene más peso en la actividad humana que la capacidad directora de sus genes (4).

Las preferencias personales son singularidades adquiridas y en la mayoría de los casos implantadas en el paso de la infancia a la edad adulta a través del ejemplo y la repetición. Hacia la adolescencia un ser humano habrá adquirido ya su propio y peculiar esquema de atracción o repulsión hacia el abanico de los alimentos a su alcance. Los que le resulten atractivos primarán sobre los que no y los que no hayan sido considerados ni siquiera aparecerán en la mente como alimentos.

En una inolvidable escena de la película «Indiana Jones y el templo maldito«, sucede un banquete en el que van apareciendo todo tipo de platos exóticos imaginados por los guionistas con el objetivo de transmitir el enorme abismo cultural entre un remoto -y ficticio- reino de la India y el gusto normalmente extendido en la cultura occidental. Incluidos la sopa y el postre.

 

Esta anécdota -fácil de experimentar sobre el propio espectador- evidencia como las personas interpretan aquello que comen, o mejor dicho, aquello que ven correcto comer, de acuerdo a un patrón cultural. Y es por tanto la cultura, tanto más que el paladar, lo que determina algo tan fundamental y básico para la supervivencia como es la alimentación. No en vano, somos lo que comemos y esto es cierto en todos los sentidos, empezando por el biológico y siguiendo -por esto mismo- por el cultural.

 

En resumen, las causas determinantes que explican por qué una sociedad tiene una dieta determinada diferente de otra, se explica porque:

  • Hay disponibilidad de ciertas materias primas comestibles debido a causas geográficas y ambientales.
  • El sistema productivo suministra determinados alimentos gracias a un desarrollo tecnológico determinado.
  • El sistema económico de esa sociedad ha establecido una serie de beneficios o pérdidas en función del coste y el resultado de producir unos alimentos u otros.
  • La estructura cultural dominante determina  lo que tiene cabida dentro de la «mentalidad colectiva».
  • Las reglas sociales establecen determinadas pautas culturales que se transmiten por educación y socialización.

 

 

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Si han seguido el curso del artículo hasta aquí, entenderán perfectamente que lo que se quiere decir es que una causa material lleva a otra inmaterial y así hasta el origen, como el hilo de Ariadna. Este flujo evolutivo significa que determinados memes culturales se van incrustando en el cuerpo principal pero que, a diferencia y similitud con la evolución biológica, son posibles también mutaciones repentinas en la composición de alimentos de la dieta.

Estas mutaciones se explican por cambios en alguno de los elementos explicativos de la lista de arriba, con más fuerza cuanto más arriba aparecen en ella. Resulta difícil de visualizar que hace solo 5 siglos, en Europa no existían muchos de los alimentos que hoy en día forman parte de los platos cotidianos.

No se conocían el tomate, la patata o el pimiento, por ejemplo. Ni tampoco alimentos tan «nuestros» como el chocolate o el maíz. Fuera de los puertos y zonas costeras apenas había disponibilidad de pescado o marisco y solo llegaban tierra adentro los que podían ser conservados en sal. De las especies comerciales conocidas, pocas parecerían familiares a ojos de un habitante de aquella época. La misma extrañeza que ocasionaría a una persona de hace más de un siglo la existencia y disponibilidad de bebidas carbonatadas artificiales que hoy parecen, en especial en determinados círculos, como la única bebida posible, en especial en un entorno social.

En definitiva, la razón por la que comemos lo que comemos y por qué consideramos que determinados alimentos son buenos y otros no, se basa en razones materiales que con la evolución de la sociedad de referencia han ido incorporándose a la cultura dominante de esa sociedad.

Porcofobia y porcofilia. La cultura fija y proyecta las condiciones materiales de la dieta. Detalle de «El jardín de las delicias» de Hieronymus Bosch.

Siempre es posible que bajo el esquema general, existan y evolucionen ciertas culturas locales, grupales o familiares -incluso individuales, en un sentido próximo a la excentricidad- que difieran más o menos del esquema general, pero normalmente se tratará de variantes clinales y perfectamente explicables, debido a causas comerciales, migratorias, sociales o psicológicas.

Toda esta reflexión tiene unas consecuencias tremendamente prácticas -y de necesaria consideración- en ámbitos de la política, la acción social, la economía productiva o el marketing. Quienes comercializan productos alimentarios conocen mejor que nadie que el comportamiento de los consumidores responde a una serie de patrones culturales constantes de largo y corto recorrido.

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Los patrones de largo recorrido se corresponden con los alimentos «de toda la vida», expresión que oculta en realidad adopciones dietéticas que se produjeron en un momento histórico dado, quizás no tan lejano como parece. Platos tan universales y clásicos como la pizza, la hamburguesa o la paella, parecen provenir del origen de los tiempos, pero no es así.

La pizza, por ejemplo, tiene dos ingredientes básicos: el tomate, que no llegó a Europa hasta finales del siglo XVI y la mozarella o queso de búfala, introducido quizás por tribus godas en el siglo VI o VII;  por no hablar de la harina de trigo que a pesar de parecer haber compartido siempre la cocina de la humanidad, vivió al margen de la evolución de la especie hasta bastante después del neolítico y asociado solamente a los grandes imperios hidráhulicos de oriente medio (6).

Pero el plato moderno de pizza que conocemos, muy extendido en los pueblos del Mediterráneo con muchos nombres y variaciones, proviene en realidad del impacto que sobre una sociedad pujante y una economía explosiva como la norteamericana de los siglos XIX y XX, tuvo un importante contingente migratorio de origen italiano. Similar historia la ocurrida con la hamburguesa (que tratamos en parte aquí) una preparación básica -casi natural- originaria de pueblos ganaderos del centro de Eurasia e integrante de numerosos platos de carne europeos. La hamburguesa fue catapultada desde Norteamérica como arquetipo de la comida rápida, barata y universal, la junk food y las redes mundiales de franquicias para la alimentación, asociada a una cultura también global.

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Los alimentos de patrón de corto recorrido están más sujetos a movimientos en el corto plazo, a modificaciones de costumbres provenientes de cambios sociales y económicos muy recientes. Ya que los últimos 50 años han supuesto unas transformaciones sociales y culturales enormes, la importancia de este tipo de alimentos ha ido también en aumento. Son cambios globales no achacables a cambios culturales erráticos sino que obedecen a cambios importantes en los procesos productivos de elaboración de alimentos y que van dirigidos a poblaciones cada vez mayores y con pautas culturales y de comportamiento muy diferentes a las de hace 50 o 100 años.

Se abandonan alimentos tradicionales, normalmente relacionados con productos de ámbito local que no requerían de conservación especial -legumbres, cereales, hortalizas, fiambres, salazones- y que requerían una elaboración más o menos compleja por alimentos preparados -no importa el rincón del mundo del que provengan- sujetos a producciones en masa y adscritos a una marca, a una expresión publicitaria y a una adopción social estratificada, por edad, clase o proyección social. Se hace hincapié en donde y cómo se come y no tanto lo que se come, aunque la publicidad lo disfrace.

En cualquier caso lo que determina el consumo responde a las reglas vistas arriba y su fijación como norma cultural está más en relación con la facilidad de producción -y adquisición- y el valor simbólico que aporta el hecho de haber sido una respuesta efectiva al problema de la supervivencia. Aunque esta respuesta tenga tan pocos años de adopción que nos parezca más una moda artificial que una necesidad real.

¿Y qué hay más necesario y real que la comida?

 «Primero va el comer, luego va la moral.»    Bertolt Brecht

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(1) En sentido estricto, la obtención de energía del medio debería incluir elementos más cruciales que la propia alimentación, como son el aire respirable, el agua y unas condiciones de temperatura y clima adecuados, aspectos todos ellos que requieren de una mayor inmediatez en términos temporales y que por eso mismo no consideraremos como alimento sino como condiciones de base para la vida.

(2) Marvin Harris. Bueno para comer: enigmas de alimentación y cultura (1985, 1a. edición en español: 1989). Ver también Food and Evolution: Towards a Theory of Human Food Habits. Philadelphia: Temple University Press. 1987.

(3) Quien quiera ver como es un criadero doméstico de insectos para alimentación y algunas formas de cocinarlos, puede visitar esta curiosa website de la diseñadora austríaca Katharina Unger.

(4) Insects for food and feed. FAO.
Sobre el mismo tema, puede consultarse esta noticia aparecida en el diario EL PAIS.

(5) La intolerancia al gluten y a la lactosa marcan además un registro que permite seguir una línea evolutiva humana desde la prehistoria. La intolerancia a la lactosa de los adultos, por ejemplo, es la norma en el conjunto de la población humana siendo lo contrario una excepcionalidad que corresponde a poblaciones cuyos antepesados habitaron durante miles de años en zonas septentrionales de Eurasia, con piel clara y tradición ganadera. Estas características unidas manifiestan una adaptación biológica para apropiarse del calcio y las proteínas y vitaminas de la leche que no se experimentó en otras poblaciones de otras regiones del mundo, que disponían de más horas de sol y otras fuentes alimenticias suficientes. Cuando algunas de las culturas derivadas de esta, como los EEUU de mediados del siglo XX, remitían a países del tercer mundo leche en polvo a través de programas de ayuda, se descubrió que tras una serie de diarreas y trastornos asociados, algo que ya se intuía desde antaño: que solo la población adulta de piel blanca y origen indoeuropeo era capaz de sintetizar la lactosa. Pueden consultarse referencias a este asunto en las obras de Marvin Harris citadas en el texto.

(6) Los grandes grupos de civilizaciones prístinas se asocian con diferentes cereales: el trigo para Egipto y Oriente Medio, el arroz para China y Asia y el maíz para las civilizaciones americanas. Hubo más cereales decisivos a nivel  local, como es el caso del sorgo, la cebada, la avena el mijo o el centeno, pero no adquirieron las importancia de los tres grandes, que hasta épocas muy recientes no se expandieron significativamente fuera de sus zonas representativas.

Marketing hormonal

La privación del sueño aumenta la necesidad de comprar comida al día siguiente

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Si va usted a comprar al supermercado al día siguiente de haber dormido poco, lo más seguro es que su compra sea inadecuada porque además de comprar más de lo normal, llenará su carro con una mayor proporción de productos de alto contenido calórico que si hubiera dormido sus siete u ocho horas.

A esta conclusión ha llegado un estudio de investigadores suecos de la universidad de Uppsala publicado en la revista «Obesity» y difundido a través de las agencias de prensa. El estudio se realizó exclusivamente con hombres, en número de 14, que no habían dormido en las últimas 24 horas y que disponían de un presupuesto fijo. Respecto al grupo de control, en todos los casos se evidenció que las compras de aquellos sujetos privados de sueño contenían más calorías y más peso.

¿A qué se debe esto? El primer sospechoso de ser responsable de este proceso era la hormona grelina (o ghrelina)  (1), que aumenta el apetito y el metabolismo energético y que está relacionada indirectamente con los estados de fatiga y privación del sueño. Los resultados probaron que, en efecto, la hormona presentaba mayores niveles en quienes no habían dormido, pero ese incremento no guardaba correlación cuantitativa con el diferencial de productos calóricos de las cestas de los dos grupos de compradores de la investigación, quienes habían ingerido un desayuno suficiente antes del experimento para anular el potencial efecto del hambre.

Por tanto, deben existir otros mecanismos no determinados que expliquen el resultado pero la conclusión es que, al menos en varones, no dormir modifica las pautas de consumo posterior aumentando la cantidad y contenido calórico de la comida que se compra.

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Es un hecho bien conocido que comprar alimentos en ayunas o con hambre nos hace comprar más (2) y es una recomendación tan sencilla como elemental por parte de dietistas y personas con sentido común, ir después de desayunar o tomar algo al menos unos 20 minutos antes de la compra. La grelina sí que parece ser la responsable en este caso, donde la falta de calorías dispara el mecanismo de captura.

Al incorporar también la falta de sueño, el experimento sueco establece, como señala el autor Colin Chapman de la Universidad de Uppsala, que: «la hipótesis era que el impacto de la privación del sueño sobre el hambre y la toma de decisiones sería la ‘tormenta perfecta’ en lo que respecta a las compras y la compra de alimentos, con individuos hambrientos y menos capaces de emplear el autocontrol y un mayor nivel para evitar impulsivos y compras calóricas».

Aunque la conclusión interna del experimento indica que aquellas personas que siguen una dieta para perder peso o están en un proceso de normalización de hábitos nutricionales deberían tener especial cuidado con trasnochar o dormir poco, la otra conclusión genérica es que, parafraseando al autor del estudio, los compradores están sujetos a un verdadera tormenta química en el interior de sus cuerpos, que en determinadas circunstancias llegan a controlar y alterar la conducta de las personas de manera notable.

Esta segunda conclusión podría enfocarse en el ámbito del marketing, y así podríamos calificar este enfoque como «marketing hormonal» o marketing fisiológico o bioquímico, no por lo que comercializa sino por el mecanismo que lo hace funcionar. Se trata de ir más allá de la mera apelación a las emociones, de investigar mediante neurotécnicas y pruebas bioquímicas y conocer qué estímulos producen qué reacciones en el comportamiento del comprador.

Esta visión «bioquímica» estaría más relacionada con el marketing que investiga y utiliza aromas para estimular o favorecer comportamientos, o la música o los sonidos que se utilizan para dirigir y condicionar la compra, aspectos que analizaremos otro día.

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El marketing hormonal explotaría las reacciones y condicionantes que las personas, como organismos biológicos, utilizan más allá de los instintos y que se apoya finalmente en mecanismos fisiológicos automáticos. Los seres vivos son consecuencia de un largo proceso de cambio y adaptación y sus genes y la manifestación de los mismos, en forma de órganos y sistemas, refleja esa adaptación.

En consecuencia las manifestaciones externas de conducta de los animales y particularmente de los humanos -que es lo que nos interesa- reflejan ciertos automatismos que tienen mayor intensidad en la medida que responden a mecanismos de los niveles más básicos de su estructura biológica.

Esto explica que las pautas de consumo de los productos de alimentación y todo lo relacionado con los mismos, es cualitativamente diferente de las pautas de consumo de otros productos que no conectan con esos mecanismos básicos. Aunque al final todos lo hacen, el camino es menos directo.

Un automóvil de lujo puede evocar necesidades básicas remotas a través de la necesidad de autoafirmación, jerarquía y cohesión en el grupo, pero su conexión neurológica está más cerca de la corteza cerebral que asuntos de supervivencia inmediata como es la alimentación, que se apoya en el cerebro de reptil y este a su vez en mecanismos bioquímicos de nivel más básico.

Queda abierta pues la base de una conceptualización más específica de un marketing que vaya un paso más profundo que el neuromarketing

Si este, a través de las técnicas que aún están desarrollándose, es capaz de detectar y medir como el cerebro reacciona a determinados estímulos y situaciones, el marketing hormonal explicaría los mecanismos profundos que revelan las neurotécnicas y expandiría el campo de batalla del marketing de la mente al más vasto territorio del cuerpo, a las glándulas reguladoras de comportamientos y a sus mecanismos interrelacionados que trabajan por el equilibrio y adaptación del organismo. De acuerdo a sistemas y pautas que en última instancia regulan los genes y el ADN, verdaderos actores del papel que a menudo con cierta ligereza asignamos a los instintos.

Y debe ser así porque es lo que hacen la publicidad y los mensajes de los medios de comunicación cuando impactan y movilizan: invocar a las pasiones, los sentimientos y a esas razones del corazón que están por encima de las la propia razón. Y por debajo de los instintos, dándoles forma.

La próxima vez que escuches algo acerca del marketing emocional, querido lector, recuerda que quizás respondería más a la verdad calificarlo de marketing hormonal (3).

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(1) La grelina (de la raíz proto-indoeuropea «ghre«, crecimiento) es una hormona sintetizada fundamentalmente por el estómago ligada a la leptina y a la hormona del crecimiento. La grelina es una de las claves del metabolismo energético y mediante el control de otras hormonas regula el apetito, por lo que es conocida popularmente como la ″hormona del hambre.

(2) Algunos artículos al respecto: JAMA y Eroski consumer, citando diferentes estudios.

(3) Seth Godin escribió hace algún tiempo sobre este asunto un artículo titulado The confusion, aclarando que la realidad puede ser conocida por diferentes capas o modelos de comprensión (la emocional, la bioquímica…) y que todas ellas pueden explicar adecuadamente esa realidad y ser eficaces y plenamente operativas desde la óptica del marketing.

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Esquema de las estructura molecular de la grelina

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