La demanda paradójica

Una de las leyes económicas más conocidas es la de la oferta y la demanda. Incluso en las sociedades donde se discute su existencia, cimenta el conjunto de las reglas sociales y es uno de los mecanismos básicos del comportamiento humano. Esta fundamental “ley del mercado” se enuncia de manera tan sencilla como se percibe: allí donde crezca la demanda de algo, el precio de ese algo se elevará; y lo contrario para la oferta.

Por simetría, subidas o bajadas de precios determinarán menores o mayores demandas y resultará más o menos atractivo vender por la razón contraria. De este modo, la oferta y la demanda se acaban encontrando en un punto de equilibrio, el precio de mercado.

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No hay ningún misterio en este proceso y todos sabemos que el comprador busca comprar cuanto más barato mejor, mientras el vendedor intenta aumentar su margen vendiendo al mayor precio posible.

Sin embargo, existe una clase de bienes que no sigue este proceder y que se comporta exactamente al revés. Se trata de los bienes Veblen, llamados así por el economista Thorstein Veblen, que los estudió y que teorizó sobre ellos. Un bien Veblen es aquel que se demanda más cuanto más sube su precio y menos cuando éste baja.

Este comportamiento paradójico atenta contra el axioma básico de la economía que veíamos al principio y hace dudar de la universalidad de las leyes del mercado. Y esto nos lleva automáticamente a la gran pregunta sobre sistema basado en el flujo de producción y consumo: ¿por qué compra la gente?

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La explicación clásica es que la gente compra porque obtiene una utilidad de los bienes o servicios que consume. Esta utilidad viene limitada por la cantidad y sobre todo por el precio. Entonces, ¿por qué los consumidores compran ciertas cosas cuanto más alto es el precio? Esto no lo explica la economía sino la psicología y la antropología.

Comprar no solo cumple una función necesaria para el consumo básico sino que responde a la satisfacción de un conjunto de deseos muy amplio que a nivel individual incluye la supervivencia, la salud, el placer, la felicidad, el confort o la inmortalidad. Pero el ser humano es un animal social y el individuo necesita también valores y símbolos que le aporten estatus y significado dentro de esa sociedad.

Los bienes Veblen ­que no se corresponden necesariamente con los bienes de lujo­ son la bandera del éxito que enarbolan sus compradores, el signo de notoriedad que les permite marcar diferencias y ganar respetabilidad, distinción y poder social. Gabrielle Coco Chanel, que de esto sabía bastante, lo definió perfectamente: “El lujo es una necesidad que empieza cuando acaba la necesidad”.

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Se puede pensar que un bien Veblen es algo extraño, una curiosidad estadística desdeñable.

Pues no, todo lo contrario. En cualquier semáforo transitado de una gran ciudad europea, por ejemplo, podrá percibir a su alrededor abundantes bienes Veblen en forma de automóviles, normalmente de marca alemana y precio desorbitado.

No sólo no son una rareza estadística, verá que son muy abundantes y que además son ampliamente deseados. Una oportunidad que explotan las empresas que entienden dónde está el margen y donde el tirón de una demanda que cuanto más paradójica es, más rentable resulta.

En periodos de crisis y pérdida de renta los bienes de mercado “normales” registran caídas en sus ventas pero los bienes Veblen conocen ascensos. Ya saben que desde el inicio de la crisis el número de ricos ha aumentado y en consecuencia la desigualdad, se mida como se mida. Los ricos cada vez son más ricos y la diferencia con los no ricos se hace mayor. Es el terreno abonado para la adquisición de bienes que garantizan que esa desigualdad se reconozca socialmente.

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La mayoría de la población recurre necesariamente a las marcas blancas y el mercadillo pero para la clase pudiente es tiempo de incrementar las compras de vehículos de gama alta, de exclusivos artículos de decoración, de lujosas marcas de ropa y complementos, de conversión de la alimentación básica en sofisticación gourmet y de artículos premium de todo tipo que son más demandados cuanto mayor precio tienen.

Observamos una sorprendente paradoja: es como si en la economía de mercado real quienes más provecho obtienen de ella, menos dispuestos están en la práctica a cumplir sus leyes. Cuando en los medios de comunicación vemos a diario grandes escándalos de dirigentes, políticos y empresarios que se han saltado olímpicamente la legislación penal no debería realmente extrañarnos que no se saltaran lo que no es sino unos axiomas teóricos bastante discutibles.

Luchando aún por salir de la crisis económica, no deberíamos olvidar los años de vino y rosas en que los especuladores se burlaban de quienes invertían en producir y emprender por su baja tasa de retorno a corto plazo.

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Veblen, por cierto, atribuía la demanda de estos bienes paradójicos a la existencia de una clase “ociosa” que, en vez de invertir de manera productiva, dedicaba la plusvalía al consumo de artículos suntuarios.

Llamativo que la gran mayoría de estos productos provengan de esa rica Europa germánica y de moral calvinista que tanta contención y austeridad exige a la pobre Europa periférica del sur.

Un extracto de este artículo fue publicado en el número de agosto de la revista PLAZA

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Orange: la experiencia del cliente

Ejemplo de cómo el enfoque antropológico puede servir a la mejora de oportunidades de las empresas.

Artículo gentileza de Javier Fidalgo, director ejecutivo de la empresa Ocelata Consultores, S.L. (1)

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Lo normal es que en una empresa existan ámbitos y comportamientos perjudiciales para el negocio que perviven ocultos a las formas de mirar tradicionales.

Intentaré mostrar, a partir de una experiencia real (2), cómo nuevas formas de mirar, como la que ofrece la antropología, permite iluminar dimensiones que muestren a la empresa oportunidades para mejorar.

Hace unos meses contraté con la empresa de telefonía Orange España un nuevo servicio que, nada más comenzar, no se ajustó a lo prometido, causándome un fuerte inconveniente. Decidí entonces utilizar el canal de comunicación ofrecido por la empresa para resolverlo.

Tras una llamada al número de “atención al cliente” y una “navegación” entre posibles opciones, llegué a hablar con un humano. Justo antes de pasarme con él, una voz en off me anunció: “Su opinión es muy importante para nosotros. Tras su conversación, le haremos una breve encuesta.”

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El humano Orange, que por fin me atendió, lo hizo escrupulosamente bien e investigó sobre el posible origen del problema. Yo sentía al amable humano Orange sinceramente de mi parte. Él había hecho todo lo que estaba en sus manos y ahora ambos conocíamos con más precisión el origen y dimensión del problema. Aún así, el dictamen final de nuestra conversación fue: hay que esperar para ver si se soluciona.

A continuación llegó la anunciada encuesta breve.

Pregunta nº1. ¿Ha dado solución a su consulta el agente que le atendió? Responda sí o no. Mi respuesta: Sí.

Pregunta nº2. Del 0 al 10, valore el conocimiento de quien le atendió. Le doy un 9.

Pregunta nº3 Del 0 al 10, cuál fue el interés y preocupación mostrado por quien le atendió. Otro 9.

Pregunta nº4. Del 0 al 10, cuál es su satisfacción global con la atención al cliente recibida. De momento, no diré mi respuesta. Sigan leyendo.

Obsérvese que, desde la perspectiva clásica de gestión de la calidad lo que hizo Orange es irreprochable: se preocupa por sus clientes y les pregunta su opinión de forma sistemática.

Pero ¿podría estar Orange perdiendo valiosa información? ¿Podríamos acceder a esa información haciendo uso de la antropología: ateniendo a la experiencia del cliente?
Volvamos a la encuesta. Ahora, además de las respuestas, atenderemos a la experiencia del cliente contestándolas:

– Pregunta nº 1. ¿Han dado solución a su consulta el agente que le atendió? Responda sí o no.

Esta pregunta genera, a quien ha llamado buscando una solución a un problema, cierta confusión. En primer lugar, tanto si se llama para hacer una consulta como si se hace para resolver un problema, esta primera pregunta es la misma. Aunque la palabra “problema” no se menciona, el cliente debe suponer que a eso se refiere la pregunta.

Así, mi respuesta, dado que el problema no se había solucionado, debería ser: no todavía, o a medias. Pero tales opciones no son admitidas. Centrémonos en las dos permitidas, sí y no.

Claramente no es un sí, pero ¿es un no? Un no, pensé, puede entenderse como que quien amablemente me acaba de atender no solucionó el problema. Pero si algo me quedó claro es que la solución estaba fuera del alcance del humano Orange con quien hablé. Además, un no, me suponía aceptar cierta responsabilidad para con el amable humano Orange: Mi respuesta negativa ¿supondrá su amonestación? Para responder un no, el cliente no puede albergar duda alguna sobre quién es responsable de la no solución de su problema. Luego, en este caso, respondí sí.

Las preguntas 2 y 3 fueron respondidas sin dificultad.

– Pregunta nº4. Del 0 al 10, cuál es su satisfacción global con la atención al cliente recibida.

Nueva dificultad. La satisfacción ¿con quién?, ¿con el humano Orange o con Orange?
La cosa es muy distinta y el dilema similar al expuesto al responder a la primera pregunta.

Responder a la encuesta no cubrió mi necesidad de hacer saber a Orange, sin ambigüedad, mi descontento con los problemas con los que se está desarrollando el servicio.

El vínculo de comunicación que Orange ha establecido, fuerza al cliente a opinar favorablemente (o al menos de forma no desfavorable) de la empresa. Y esto es por la formulación de las preguntas, el procedimiento de encuesta, facilitado por la tecnología, y por el hecho de que Orange evita al cliente esfuerzo alguno tomando la iniciativa.

¿Pero qué pasa si el cliente, insiste en hacer llegar a la empresa su descontento?

En este caso Orange informa al cliente que tiene una opción para tales casos. El procedimiento resulta ser algo menos sencillo que el ya descrito: ahora quien debe tomar la iniciativa, a diferencia del anterior, es el cliente, que debe enviar sus comentarios/queja escritos ¡por correo postal! Es llamativo el contraste entre el moderno y sencillo procedimiento telefónico de preguntas cerradas y el “arcaico” para expresarse con libertad.
¿En qué términos, como cliente, se desarrolló la relación con Orange antes de que se afianzase con un contrato? (3)

Antes, mi relación fue a través de sus comerciales, y fue una en la que me eran permitidos y atendidos cualquier tipo de comentarios y preguntas que, además, eran contestadas sin dilación. Me sentía libre de preguntar y decidir.

Esta experiencia anterior junto a, una vez convertido en cliente, la asociada a la gestión del problema, generó una sensación de manipulación y atadura .

Si suponemos que tales sentimientos son considerados negativos por el cliente, y la empresa no tiene intención consciente de generarlos, una nueva oportunidad de mejora aparece: evitar el abandono de tales clientes.

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¿Qué otra valiosa información puede obtenerse escudriñando aún más la relación con el cliente a partir de la experiencia de este?

La antropología nos permite abrir aún otra interesante puerta: podemos ayudar a la empresa a averiguar cómo parece ella misma estar conceptualizando a sus clientes.
Puede que como consumidores libres que conviene cuidar, quizás como consumidores conseguidos que deben ser retenidos, o puede que como ninguna de estas dos.

Si fuera como consumidores que deben ser retenidos (no cuidados), esto podría conducir a Orange, aún sin ser consciente de ello, a materializar esta conceptualización en ciertas formas de hacer las cosas, como por ejemplo, una cierta forma de relacionarse con sus clientes, o el diseño y ejecución de una encuesta de satisfacción.

Podemos imaginar que esas formas de hacer las cosas generarán en el cliente experiencias disonantes con la imagen que la empresa quiere transmitir de sí misma (según ella misma declara: ver nota 1) y el impacto que esto puede tener en el negocio.

En este ejemplo y con la antropología, pueden emerger hasta nuevas posibilidades estratégicas: si esa representación “manipulado/atrapado” es compartida por un amplio número de clientes, ¿podría una empresa de telefonía hacerse con un grupo de consumidores que se sientan atrapados por las otras empresas de telefonía?

Recuerden el famoso anuncio que supuso el despegue de la empresa Apple, aquel en el que se estimulaba a los espectadores a liberarse de Microsoft.

Es casi seguro que a Orange España le preocupan sus clientes, al menos tanto como a otras muchas empresas; y que creen estar haciendo lo correcto para conocer su opinión sincera. Sin embargo puede que no sean plenamente conscientes de la cualidad de la relación que están estableciendo con parte de sus clientes, del tipo de experiencias que están generando, y de sus consecuencias en el negocio (4).

Javier Fidalgo Fernández
Perfil Linkedin

www.online.ocelata.com
ocelata@ocelata.com

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(1) El título de este artículo reproduce un eslogan de Orange España y que reza: “La mejor experiencia del cliente”: http://www.orange.com/sirius/leaflet2011/120314_ES.pdf (acceso 27.09.12)

http://www.orange.com/es/grupo/acerca-de-Orange-marca-estrategia-y-cifras-clave (acceso 22.02.13)

(2) Según una experiencia del autor con Orange España a lo largo de septiembre del 2012.

(3) La relación queda fortalecida a través de una cláusula que especifica que en caso de romper el contrato, aún una hora después de aceptarlo, el cliente será fuertemente penalizado. Nótese que esto es perfectamente legal y conocido por el cliente, pero aquí estamos explorando la experiencia, emociones e ideas que el cliente se forma a lo largo de su relación con Orange, no sus dimensiones legales.

(4) Si bien todo lo anterior deriva de mi experiencia a lo largo de una semana (durante la cual varias llamadas y encuestas se sucedieron), debe quedar claro que proporcionar una respuesta a la pregunta: “cuál parece ser la experiencia de los clientes de Orange España debe ser producto de un adecuado proceso de consultoría. En todo caso, este artículo solo pretende, como dijimos al principio, mostrar algunas de las posibilidades que la antropología puede ofrecer a la empresa.

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Artículo propiedad de Javier Fidalgo Fernández, prohibida su reproducción total o parcial sin consentimiento expreso del propietario.

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Las 2 ideas de felicidad según los consumidores

Todos tendemos a la felicidad, es lo que todos queremos y lo que mueve o debería mover nuestras acciones. Pero ¿qué entendemos por felicidad cuando pensamos en su significado para el marketing y el comportamiento del consumidor? La respuesta es que depende de la edad y la actitud acerca del tiempo que suele ir ligada a los años de vida de las personas.

Un estudio recientemente publicado en el Journal of Consumer Research sugiere que lo que los clientes entienden por felicidad en relación al consumo, y que por tanto conduce su elección, depende básicamente de la edad y las expectativas respecto al futuro. Esto da una pista importante acerca del tipo de comunicación publicitaria que cada producto debería incorporar en función de sus características, de su nicho de mercado y del segmento de población al que se dirige.

El consumo es, consciente o inconscientemente, un paso hacia la felicidad o al menos un disfrute que nos hace sentir felices por un tiempo. Por esta razón los anunciantes suelen mostrar mensajes que llaman la atención de sus posibles clientes con una promesa de felicidad, de modo que la marca quede asociada a esa promesa. Dos buenos ejemplos de esto son las campañas de publicidad realizadas por Coca Cola, donde sugería que abrir una de sus botellas, en realidad, «abre la felicidad» (Open happiness) y por Nesquik, que planteaba que «No puedes comprar la felicidad, pero puedes bebértela» (You can’t buy happiness, but you can drink it).

El estudio recoge los trabajos de sendos investigadores de la universidad de Pennsylvania, de la universidad de Stanford y del MIT y ha tenido en cuenta datos obtenidos a través de encuestas, experimentos de laboratorio y de monitorización de datos diarios. Los autores encontraron que la felicidad es percibida mayoritariamente de dos maneras diferentes: como emoción, agitación y excitación o bien como calma, descanso y relax. Y eso determina igualmente los dos grupos de población que se asocian con cada una de estas dos percepciones.

Quienes perciben la felicidad como emoción son mayoritariamente jóvenes y proyectan sus expectativas en el tiempo futuro más que en el aquí y ahora. Conforme las personas van haciéndose mayores, la felicidad se asocia cada vez más con la calma y la tranquilidad y sus expectativas se van concentrando en el presente. Esto quiere decir que la elección de productos, marcas, diseños y en definitiva, de significados, irá en función de que dichos productos o marcas se perciban como excitantes o como relajantes, en ambas acepciones del disfrute y en la respectiva adscripción al grupo correspondiente de población.

Aunque la edad de las personas es el criterio general en que este comportamiento descrito se cumple, hay un importante componente subjetivo que determinados bienes o servicios pueden inducir en determinados colectivos, independientemente de la edad, para que la atención se fije en el futuro o en el presente, mediante la evocación instintiva o la reflexión racional.

La conclusión es que todos los vendedores que quieran captar clientes mediante una promesa de felicidad tienen que tener en cuenta que felicidad significa cosas diferentes en función del poder significante de su oferta y de los segmentos de población a los que se dirige.

Un mensaje que trate de reflejar en el consumidor una sensación de felicidad o disfrute podría tener un doble significado aunque los dos grandes tipos de consumidores afirmen sentirse felices, según interpreten la felicidad en términos de excitación («cómo te lo vas a pasar») o de calma («relájate y disfruta»).

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