Noosfera

Creemos que somos seres individuales y únicos pero resulta que somos también un conjunto de muchos seres singulares que componen nuestro cuerpo y nuestra identidad: lo que habitualmente reconocemos como el yo es en realidad un nosotros bastante numeroso.

Según un reciente estudio del Instituto Weizzman de Israel, un cuerpo humano promedio está formado por aproximadamente 30 billones de células. Ya que existe cierta diversidad en estaturas y tamaños, podemos considerar que una persona es la suma de entre 20 y 40 millones de millones de células.

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La ciencia no ha tenido fácil el recuento y esto demuestra la ignorancia que la humanidad tiene de sí misma. Apenas sabemos de la existencia de la miríada de ladrillos vivos de los que estamos constituidos, los cuales tienen su propia vida, nacen, crecen, se relacionan y mueren, en ciclos tan fugaces y microscópicos como ajenos a nuestra conciencia.

Pero hay más. A los billones de células que nos constituyen, de las que el 84% son glóbulos rojos, hay que añadir las abundantes colonias de bacterias que sin ser parte de nuestro organismo, viven en él y nos parasitan o nos facilitan la vida. El nuevo cálculo estima que de promedio nos acompañan 39 billones de bacterias, número que oscila en cada ciclo nutricional.

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Creyéndonos una sola pieza, resulta asombroso que seamos realmente una pluralidad tan enorme y tumultuosa. Pero este complejo microcosmos abarrotado nos conduce por analogía, en sentido inverso, a un macrocosmos en el que somos las células de un cuerpo de mayor escala. Formar parte de una empresa o de una organización, o sentirse miembro de una nación o una cultura nos revela como elementos vivos de otros organismos de complejidad superior, en un universo de estructura fractal.

El injustamente olvidado Pierre Teilhard de Chardin ya anticipó esta visión en que un ente planetario representaría para un humano lo mismo que ese humano para una de sus células. Este nuevo ámbito suprahumano que Vladimir Vernadski denominó noosfera, fue el argumento central de la teoría evolutiva de Teilhard. Una evolución que pasaría por una fase inorgánica (litosfera, atmósfera), otra biológica (biosfera) y finalmente la del pensamiento y la conciencia.

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Teilhard fue antropólogo, paleontólogo, jesuita, científico y pensador, una combinación apasionante y al tiempo problemática. Sus ideas, tan brillantes como incómodas para el statu quo, supusieron un puente entre ciencia y fe, vinculando el evolucionismo materialista con un pensamiento místico de carácter panteísta y humanista.

Su exposición de la ley de la complejidad-conciencia o la definición del punto omega, una verdadera epifanía cosmológica, resultan cautivadoras y más actuales que nunca en la época de la globalización y la internet de las cosas, un mundo conectado y con conciencia propia que sus escritos profetizaban para un futuro no lejano.

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Después de la idea de conciencia planetaria de la noosfera vino la aproximación algo hippy y new age de James Lovelock y su conocida hipótesis Gaia, en línea con las propuestas de Vernadski y Teilhard.

Buscar Noos en internet hoy lleva solo a un mediático proceso por corrupción y compra de favores por todos bien conocido. Alguien podría pensar que noosfera es el ámbito de personas afectados por dicho proceso, lo que sería muy triste en muchos sentidos.

La entropía tiende a olvidar las buenas ideas, de manera que conviene volver a ponerlas en nuestro conocimiento y reflexión. Una cuestión de conciencia, individual y planetaria.

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